En un acantilado muy batido por el mar normalmente embravecido, había un faro construido justo en su punto más alto; era uno de los buscados como referencia por los navegantes de esa zona debido a su gran visibilidad que llegaba hasta 20 millas gracias a su situación privilegiada. Su majestuosa torre era característica de esa costa apareciendo en todas las fotos y pinturas que se hacían de ella.
Una década antes, en su base naufragó un gran mercante que impulsado por la fuerza del viento, fue a embarrancar en la pequeña ensenada que formaban las monumentales piedras. Se retiraron los restos más grandes que afeaban aquel pintoresco paraje, pero en su fondo quedó una de sus grandes anclas que era utilizada por pequeños barcos pesqueros de la zona en tiempos de bonanza, utilizándola mediante cabos atados como amarre.
El ancla sumida profundamente entre el lodo y las algas del fondo del mar se lamentaba siempre de su triste suerte:
¡Ah si pudiera ser ese magnífico faro erguido en el punto mas alto del acantilado! Siempre aquí abajo metida en el lodo; ¡apenas se me ve ya!
Por el contrario, el faro orgulloso de su espléndida figura encaramado en la roca, veía al ancla solo los días en los que el mar estaba más o menos calmado y decía: ¡Que pobre ancla! Con lo fea y roñosa que está, nadie pensaría que fuese una pieza única fundida en la factoría mas importante del país … en cambio yo desde aquí arriba con mi potente luz, oriento a los barcos en las tormentas salvándolos de los peligros que suponen los acantilados; además sin mi esta costa no sería lo que es; mi figura es característica de ella. Bueno, tiene que haber de todo, pero no quisiera ser esa pobre ancla sumergida en el lodo y en las algas.
El ancla cada vez mas sumergida en el fondo iba poco a poco desapareciendo; solo se sabía de su existencia por los cabos que seguían atando los pescadores y que les servían de amarre.
Pero también pasó el tiempo para el faro que iba deteriorándose; su luz fue perdiendo fuerza debido al ataque violento y constante del viento, y a la furia del mar; su situación estratégica ya no era imprescindible para la orientación de los barcos. Un buen día en muy poco tiempo, llegaron unos hombres y montaron una antena de tremendo tamaño como ayuda a la navegación. El jefe de los montadores, decidió que la sombra que daba la torre del faro tan deteriorado perjudicaría al recién implantado radio faro en su labor de vigilancia y se dispusieron a derribarlo.
Conforme lo iban haciendo, el ancla gritaba una y otra vez ¡no lo derribéis por favor no lo derribéis es leyenda pura, uno de los iconos de esta costa! Pero el faro desapareció…
El ancla duró mucho mucho tiempo, y los pescadores siempre amarrando sus cabos a ella se favorecieron de la solidez con la que estaba incrustada en el lodo.
Tengamos asignado el papel que tengamos, ya sea agradable o difícil, acordémonos de que, en nuestro “contrato” firmado previamente, están especificadas todas nuestras condiciones y circunstancias de vida y que todas serán igualmente válidas para nuestro objetivo .